Nunca olvidará el 24 de mayo. Era un día como cualquier otro. Marcelo Díaz (de 26 años) jugaba junto a un sobrino en la casa que tiene su familia en Los Ralos. De repente todo tambaleó. Fue un instante. Y cayó desmayado. Cuando despertó un médico le dijo que había sufrido una crisis convulsiva.
Tampoco puede ignorar el 18 de junio. Esa tarde, al regresar del trabajo que tenía en un ingenio, fue a bañarse como de costumbre. Abrió la canilla y segundos después se desmoronó. Le indicaron estudios del corazón y le dijeron que sufría epilepsia.
El 9 y el 10 de julio son dos fechas que quedaron grabadas a fuego en su memoria. El día que los argentinos conmemoramos la Independencia fue una jornada negra para Marcelo. Esta vez no solo se desmayó, sino que al despertarse estaba mudo. Aunque lo intentaba, las palabras no salían.
Sintió desesperación. Impotencia. Un día después, un diagnóstico por imagen le daría la noticia más desoladora: en su cabeza había un tumor del tamaño de una naranja.
El mundo pareció derrumbarse. Marcelo y su familiares quedaron en estado de shock. ¿Cómo podía haber pasado si siempre fui sano? ¿No soy demasiado joven para que me pase esto? Las preguntas lo invadían a toda hora. Era lógico. Hasta hace unos años tumor cerebral era casi siempre sinónimo de muerte.
Con demasiada incertidumbre, Díaz empezó a buscar médicos especialistas. Así fue que llegó al hospital Padilla. Los estudios mostraban que el tumor, además de ser muy grande, estaba en una zona de alto riesgo: donde se encuentran todas las funciones motoras. Eso significaba que al operarlo había que tener máximo cuidado de afectar lo menos posible al paciente, comenta el neurocirujano Álvaro Campero, que estuvo a cargo de la intervención.
Para el médico y su equipo una buena forma de asistir a Marcelo era con una cirugía inédita en el hospital. La planearon durante dos meses porque todo debía hacerse a la perfección. “Planificamos hacer una resonancia magnética transoperatoria, procedimiento altamente eficaz porque permite tener una imagen real de la localización exacta del tumor en el medio de la cirugía”, explicó.
La operación, que duró entre 10 y 11 horas, se llevó a cabo la semana pasada. Primero anestesiaron al paciente y después le abrieron el cráneo para acceder al cerebro. Sacaron lo que más pudieron del tumor, pero no todo porque era necesario evitar posibles daños motores en el paciente. Ahí fue que lo trasladaron -todavía dormido- hasta el resonador magnético, con el cual pudieron ver exactamente dónde debían seguir trabajando. De vuelta en el quirófano, los médicos avanzaron con la extirpación del tumor.
¿Qué es lo bueno de usar este tipo de tecnología? No es nada sencillo para un neurocirujano diferenciar tejido sano de tejido canceroso. Por ello estas cirugías son tan largas. Si se dejan restos tumorales hay una posibilidad de que el cáncer reaparezca. Al mismo tiempo, hay que respetar cada milímetro del cerebro sano para no generar alguna discapacidad en el paciente. “La ventaja de hacer una resonancia en medio de la operación es que se puede comprobar en el momento el progreso del procedimiento, evitando también la reintervención”, explica Campero, jefe del servicio de Neurocirugía del Hospital Padilla.
Hasta ahora las resonancias magnéticas se hacían recién en el periodo posoperatorio. Con lo cual, si todavía quedaban restos de tumor había que esperar algunos meses y volver a operar, situación que suele generar estrés en los pacientes.
La logística total para esta cirugía sin precedentes requirió de la coordinación entre los servicios de Neurocirugía, Anestesia, técnicos de Diagnóstico por Imágenes, instrumentadores, enfermeros, entre otras especialidades. Se pudo hacer porque el Padilla es una de las pocas instituciones públicas a nivel nacional que cuentan con un resonador de alta complejidad, destacaron las autoridades del Ministerio de Salud que dirige la doctora Rossana Chahla.
Trabajaron en la operación el neurocirujano Martín Paiz; el jefe de residentes de Neurocirugía, Juan José Agüero, y los residentes Rocío Reyes Cano y Benjamín Romero Leguina. También los anestesistas Franco Fornaciari y Henrique Malaguez Webber y a cargo del resonador estuvo Jorge Montivero.
La angustia del después
Aunque estaba muy ansioso por la operación y cuando se despertó no lo podía creer, Marcelo admite que no la pasó bien. Al principio no podía mover una de las piernas y una mano. “Yo quería vivir y eso era lo más importante. Por suerte, después de hacer rehabilitación, volví a mover la pierna y con el brazo ya avancé bastante”, detalla.
Sueña con volver a jugar a la pelota algún día. Mientras tanto disfruta de la compañía de sus amigos y de su familia: tiene cuatro hermanos, sus padres y sus sobrinos. Pero lo que más lo angustia es que pese a haber recibido un gran regalo, una nueva oportunidad para vivir, también le quitaron algo que amaba: el trabajo en el ingenio. Injustamente lo dejaron en la calle por esta cuestión de salud, dice. Y Marcelo promete dar pelea. Después de enfrentar un tumor cerebral, nada parece imposible.
Aumenta la supervivencia de quienes padecen tumores en la cabeza
El cáncer de cerebro ha dejado de ser una sentencia de muerte. Hace unos 10 años una persona con metástasis cerebral tenía una esperanza de vida de tres a seis meses. Y en la mayoría de los casos estos tumores “no se tocaban”.
Eso es totalmente distinto hoy, aunque aún nos recorra por el cuerpo un escalofrío cuando nos enteramos que algún conocido tiene un tumor en la cabeza. Ocurrió en los últimos días, cuando le diagnosticaron la patología a Máximo Menem, el hijo menor del ex presidente Carlos Menem. Al joven de 14 años le extirparon con éxito el tumor en una compleja operación. Los síntomas que tuvo fueron dolores intensos de cabeza y vómitos.
En la actualidad, los tumores del sistema nervioso central (SNC) son los segundos tipos de cáncer más frecuentes en los menores de edad, detrás de las leucemias.
Unos 1.400 argentinos mueren cada año por este tipo de cáncer. Es una enfermedad que afecta cada vez más a las personas, especialmente a jóvenes, aunque aún no se sabe bien por qué.
Pese a todo esto, en la actualidad según el neurólogo Alvaro Campero ha cambiado mucho el pronóstico de quien recibe un diagnóstico de cáncer cerebral, especialmente si se lo detecta a tiempo. Mientras más pequeño sea el tumor, mejores resultados se obtienen con las cirugía. “Hoy todos los casos son operables Algunas veces no es necesario realizar la cirugía; y solo se controlan. Pero todos se pueden operar”, aclara Campero. Y da más precisiones: el servicio de Neurocirugía del Padilla lleva realizadas este año 342 intervenciones, de las cuales 40 fueron por cáncer cerebral.
Incluso los tumores que están alojados en áreas elocuentes del cerebro, cuya función hay que preservar, como por ejemplo la del lenguaje, hoy se operan en nuestra provincia, en el sector público y en el privado. El año pasado se hicieron dos intervenciones en las que se operó a los pacientes mientras ellos estaban despiertos. Durante la cirugía se le hacen preguntas al paciente. Si este contesta mal o balbucea, por ejemplo, es señal de que ese lugar no se puede tocar para evitar discapacidades.
Investigaciones recientes demuestran que aumentó al triple la supervivencia de pacientes que padecieron tumores cerebrales.
¿Qué es lo que ayudó a que esto ocurra? Campero enumera los cambios positivos en los últimos años:
1) Mejores imágenes de los tumores
2) Mejoró la anestesia
3) Se conoce más de anatomía y fisiología del sistema nervioso
4) Se puede operar con un paciente despierto
5) Uso de la neuronavegación: es una especie de GPS que se utiliza en el cerebro y que permite localizar con exactitud los tumores
6) Hoy se estimula el cerebro y se reconocen las áreas funcionales para no afectarlas
7) Uso de resonancia magnética transoperatoria, que permite corroborar en el momento de la cirugía la eficacia de la misma.